La vida le lanzó una bola curva, pero Jenna Becker es una bateadora
Jenna Becker no se toma días libres, y no lo haría de otra manera. Practica, entrena y juega al sóftbol o al voleibol todos los días. Nadie se imaginaría que ha luchado contra la artritis idiopática juvenil casi toda su vida. Solo la conocen por sus rápidas bolas curvas y sus duros saques por encima del hombro.
“No recuerdo ningún momento en el que no tuviera AIJ”, admite Jenna, que ahora tiene 15 años. “Me afectaba a los tobillos, las muñecas y los dedos. Me dolía levantarme de la cama y a veces tenía los tobillos tan hinchados que no quería usar zapatos”.
A Jenna le recetaron una medicación biológica y respondió lo suficientemente bien como para mantenerse activa. Saltaba un poco al correr y algunos niños evitaban agarrarla de la mano, pero ella estaba decidida a que la AIJ no la frenaría.
Y no lo hizo. Cuando tenía 7 años, su padre le regaló un guante y una pelota y rápidamente descubrió que le gustaba lanzar y atrapar. La inscribió en sóftbol. Se enamoró de este deporte en cuanto entró al campo.
Un cuidadoso equilibrio entre terapia, una dieta sana y actividad física regular ayudó a Jenna a fortalecerse y a controlar el dolor a medida que crecía. Sus padres la mantenían alejada de las comidas y bebidas azucaradas y procesadas, y le ponían hielo en las articulaciones después de hacer actividad física.
A su familia le preocupaba que estuviera tomando un producto biológico durante tantos años, pero vieron los resultados.
“Recuerdo haber volado al UCLA Medical Center. No buscábamos una segunda opinión sobre mi enfermedad, sino saber cuál debía ser el tratamiento”, explicó Jenna. “Yo era muy chica en ese momento, pero una cosa que nunca olvidé es lo que el médico les dijo a mis padres. Dijo “si no hacen nada, esta niña crecerá con discapacidades físicas y posiblemente acabará en una silla de ruedas. Si prueban [con un producto biológico], existe la posibilidad de que el resultado sea otro”.
Casi inmediatamente después de que le pusieran sus primeras inyecciones, la inflamación de Jenna empezó a disminuir. Siguió tomando el medicamento durante muchos años, con inyecciones semanales en casa. Como su sistema inmunitario estaba debilitado por la medicación, Jenna se enfermaba cada vez que un familiar o un compañero de clase se enfermaba. Pero a medida que fue fortaleciéndose y cumpliendo el régimen, vio cómo mejoraba. En lugar de sentir dolor todos los días, ahora solo lo sentía algunos días.
Con el tiempo, las inyecciones se redujeron de una vez a la semana a una vez cada dos semanas, a una vez al mes y, finalmente, a ninguna. Lo único que le quedaba era una inflamación crónica y un doloroso dedo en gatillo en la mano izquierda, donde el dolor era constante y empeoraba cada vez que hacía deporte.
“Ningún médico quería operarme debido a la AIJ”, cuenta Jenna. “Me pusieron inyecciones de cortisona que no funcionaron. Uno me dijo que no hacía falta operarme, que lo único que tenía que hacer era dejar el sóftbol y el dolor se iría. Esa no era una opción”.
Después de un tiempo, su familia encontró un gran cirujano de manos. Había riesgos, pero Jenna no estaba dispuesta a renunciar a sus sueños sin probar primero la cirugía. Una vez curada, por primera vez en su vida, no le dolía jugar.
“Los niños con AIJ tienen que esforzarse el doble que los demás para seguir siendo competitivos”, explica Jenna. “Tenemos que hacer un esfuerzo igual de grande cuando nadie nos mira. Hay días en los que hace más de 110 grados aquí, pero estoy afuera bateando y lanzando porque me hace más fuerte”.
Su AIJ está en remisión clínica desde hace cinco años, y Jenna ya no tiene dolor crónico. De vez en cuando siente rigidez y molestias, pero hace ejercicios de estiramiento para mantener sus articulaciones flexibles.
“Cuando mi sueño de jugar al sóftbol en la universidad se haga realidad, no jugaré solo por mí, sino por todos los niños con AIJ”, asegura Jenna. “La artritis puede ser parte de nosotros, pero no nos define. Todo es posible si uno cree en sí mismo”.
—BRYAN D. VARGO
En la actualidad, la posición principal de Jenna es la de lanzadora. También juega en primera y tercera base y confía en que puede jugar en cualquier posición que necesiten sus entrenadores. “No es habitual que una jugadora con AIJ en las muñecas y los dedos se convierta en lanzadora, pero yo quería demostrar que podía hacerlo”, dice.
A Jenna le diagnosticaron la enfermedad a los 18 meses. Tenía un dedo hinchado y estaba desarrollando cojera.
“No recuerdo ningún momento en el que no tuviera AIJ”, admite Jenna, que ahora tiene 15 años. “Me afectaba a los tobillos, las muñecas y los dedos. Me dolía levantarme de la cama y a veces tenía los tobillos tan hinchados que no quería usar zapatos”.
A Jenna le recetaron una medicación biológica y respondió lo suficientemente bien como para mantenerse activa. Saltaba un poco al correr y algunos niños evitaban agarrarla de la mano, pero ella estaba decidida a que la AIJ no la frenaría.
Y no lo hizo. Cuando tenía 7 años, su padre le regaló un guante y una pelota y rápidamente descubrió que le gustaba lanzar y atrapar. La inscribió en sóftbol. Se enamoró de este deporte en cuanto entró al campo.
Un cuidadoso equilibrio entre terapia, una dieta sana y actividad física regular ayudó a Jenna a fortalecerse y a controlar el dolor a medida que crecía. Sus padres la mantenían alejada de las comidas y bebidas azucaradas y procesadas, y le ponían hielo en las articulaciones después de hacer actividad física.
A su familia le preocupaba que estuviera tomando un producto biológico durante tantos años, pero vieron los resultados.
“Recuerdo haber volado al UCLA Medical Center. No buscábamos una segunda opinión sobre mi enfermedad, sino saber cuál debía ser el tratamiento”, explicó Jenna. “Yo era muy chica en ese momento, pero una cosa que nunca olvidé es lo que el médico les dijo a mis padres. Dijo “si no hacen nada, esta niña crecerá con discapacidades físicas y posiblemente acabará en una silla de ruedas. Si prueban [con un producto biológico], existe la posibilidad de que el resultado sea otro”.
Casi inmediatamente después de que le pusieran sus primeras inyecciones, la inflamación de Jenna empezó a disminuir. Siguió tomando el medicamento durante muchos años, con inyecciones semanales en casa. Como su sistema inmunitario estaba debilitado por la medicación, Jenna se enfermaba cada vez que un familiar o un compañero de clase se enfermaba. Pero a medida que fue fortaleciéndose y cumpliendo el régimen, vio cómo mejoraba. En lugar de sentir dolor todos los días, ahora solo lo sentía algunos días.
Con el tiempo, las inyecciones se redujeron de una vez a la semana a una vez cada dos semanas, a una vez al mes y, finalmente, a ninguna. Lo único que le quedaba era una inflamación crónica y un doloroso dedo en gatillo en la mano izquierda, donde el dolor era constante y empeoraba cada vez que hacía deporte.
“Ningún médico quería operarme debido a la AIJ”, cuenta Jenna. “Me pusieron inyecciones de cortisona que no funcionaron. Uno me dijo que no hacía falta operarme, que lo único que tenía que hacer era dejar el sóftbol y el dolor se iría. Esa no era una opción”.
Después de un tiempo, su familia encontró un gran cirujano de manos. Había riesgos, pero Jenna no estaba dispuesta a renunciar a sus sueños sin probar primero la cirugía. Una vez curada, por primera vez en su vida, no le dolía jugar.
“Los niños con AIJ tienen que esforzarse el doble que los demás para seguir siendo competitivos”, explica Jenna. “Tenemos que hacer un esfuerzo igual de grande cuando nadie nos mira. Hay días en los que hace más de 110 grados aquí, pero estoy afuera bateando y lanzando porque me hace más fuerte”.
Su AIJ está en remisión clínica desde hace cinco años, y Jenna ya no tiene dolor crónico. De vez en cuando siente rigidez y molestias, pero hace ejercicios de estiramiento para mantener sus articulaciones flexibles.
“Cuando mi sueño de jugar al sóftbol en la universidad se haga realidad, no jugaré solo por mí, sino por todos los niños con AIJ”, asegura Jenna. “La artritis puede ser parte de nosotros, pero no nos define. Todo es posible si uno cree en sí mismo”.
—BRYAN D. VARGO