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Artritis juvenil y depresión

Los niños con AJ son vulnerables a la depresión; aquí le contamos lo que debe saber.

Por Emily Delzell

Preocuparse por encajar, quedar al margen de las actividades, tener que tomar la medicación, vivir con un dolor imprevisible y sentir una pérdida de control sobre su cuerpo —estas son algunas de las razones más comunes por las cuales los niños y adolescentes con artritis juvenil (AJ) pueden padecer depresión. 

Las cifras varían, pero los estudios demuestran que el 15 por ciento de los niños con artritis idiopática juvenil (AIJ) tienen depresión clínica y aproximadamente un 20 por ciento puede tener problemas relacionados con el estado de ánimo "subclínicos", o de menor grado.

«Algo tan sencillo como poder correr, jugar y desahogarse, a veces no es una opción para los niños que padecen AJ», afirma Sandy Roland, PhD, directora del Departamento de Psicología del Hospital del Rito Escocés de Texas para Niños, en Dallas. «El dolor constante tampoco ayuda, y existe una gran correlación entre el síndrome de dolor crónico y la depresión en los adultos, la cual probablemente también exista en los niños. Es un ciclo constante —el dolor provoca estrés, el estrés provoca depresión, y la depresión puede empeorar el dolor».

Numerosas investigaciones sugieren que existe una relación similar entre la depresión y los problemas de sueño, los cuales son más comunes en los niños con AJ que en los que no la padecen. Un estudio realizado en niños con AIJ poliarticular descubrió que la depresión y el dolor estaban asociados a un sueño deficiente, lo que a su vez, se asocia a un mayor dolor y depresión.
 
Cómo detectar los signos de depresión

«La depresión es más difícil de diagnosticar en los niños que en los adultos, pero el instinto de los padres suele indicarles cuando algo no está funcionando bien», afirma Roland.

«​​​​​​​Busque cambios en el estado de ánimo o en el comportamiento, entre los que se incluyen, pérdida o aumento del apetito, cambios en los patrones de sueño, pérdida de interés en lo que solía ser divertido o nuevos problemas de concentración, con los amigos o en la escuela», afirma.  

Aquí hay otros signos comunes a los que se debe prestar atención:

  • Irritabilidad o enfado.
  • Cambios de humor.
  • Sentimientos persistentes de tristeza o desesperanza.
  • Retraimiento social o aislamiento. 
  • Aumento de la sensibilidad al rechazo.
  • Lagrimeo o rabietas.
  • Baja autoestima, sentimientos de inutilidad.
  • Fatiga o baja energía.
  • Problemas físicos tales como, dolores de estómago o de cabeza, que no mejoran con un tratamiento.
  • Pensamientos sobre la muerte, comportamiento autodestructivo o suicidio.

Si nota alguno de estos signos y comienza a preocuparse, hable con el pediatra o con el reumatólogo de su hijo. Es posible que le aconsejen que empiece a vigilar más de cerca a su hijo o que le recomienden que lo lleve a ver a un psicólogo, afirma Roland. 
 
De qué manera pueden ayudar los padres

Identificar las causas que dieron lugar a los problemas relacionados con el estado de ánimo puede ser útil. «Por ejemplo, si es el dolor, entonces querrá ayudarlo a controlarlo para que se transforme en el jefe de su dolor, en lugar de que su dolor sea el que gobierne su vida», afirma. «Si está deprimido porque no puede realizar su actividad favorita, ayúdelo a hallar una nueva».

Los padres también pueden ayudar a los niños a trabajar en estrategias de afrontamiento, teniendo en cuenta los desafíos cotidianos y los relacionados con la AJ. «Debido a que los niños con AJ a menudo no pueden hacer frente a sus problemas de la forma en que otros niños sí pueden —por ejemplo, llevando a cabo mucha actividad física— pueden desarrollar hábitos que podrían mantenerlos en una mentalidad negativa», afirma Roland.

Estos comportamientos pueden incluir: portarse mal en la escuela, retraerse y somatizar (un proceso inconsciente en el que la angustia psicológica se expresa como síntomas físicos). En los casos de somatización, el niño puede hacerse el enfermo o negarse a ir a la escuela, o a tomar medicamentos. Y al llegar a la adolescencia pueden recurrir a conductas de riesgo, tales como cortarse, como una forma de exteriorizar lo que sienten o de sobrellevar la situación.

Mantener conversaciones abiertas y sinceras con los niños y jóvenes sobre sus miedos también puede ser sumamente útil. No «endulce» los dolores de la artritis y sus tratamientos, como por ejemplo decirle que el pinchazo de la aguja no dolerá. En lugar de ello, ayúdelo a afrontar sus miedos con mecanismos de afrontamiento positivos, tales como la distracción (por ejemplo, escuchar música, meditar o ver su programa favorito en el momento en el que deban aplicarle una inyección). Ayudar a su hijo a controlar el estrés, el dolor y la fatiga, y a desarrollar mejores hábitos de sueño también puede ser útil para evitar los problemas relacionados con el estado de ánimo. 

Por último, numerosas investigaciones sugieren que los niños con AIJ que tienen una mayor «autoeficacia» son menos vulnerables a la depresión que los niños que no tienen tanta confianza. «La autoeficacia es la capacidad de sentirse seguro de poder tener éxito en algo», afirma Roland. «En general, los niños con mayores niveles de autoeficacia son más optimistas, y una perspectiva optimista puede ayudar a evitar que la depresión y la ansiedad se vuelvan más severas».

Esta les aconseja a los padres que dejen que los niños se responsabilicen de las tareas que tienen la suficiente madurez como para realizar con éxito, entre las que se pueden incluir las tareas diarias o, en el caso de los niños mayores, la gestión de los medicamentos. «Posteriormente, debería elogiarlos, elogiarlos y elogiarlos», afirma.

«Aun así, si parece que usted y su hijo lo han intentado todo y nada parece funcionar, probablemente haya llegado el momento de llevarlo a un terapeuta», afirma Roland. 

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