Un mensaje de amor para los amigos en el Día de San Valentin
Por Cassandra Marcella Metzger
Mis padres están muertos. No tengo hijos. No estoy casada ni tengo pareja en este momento. El dolor crónico por la fibromialgia es mi compañero constante.
¿Para qué seguir adelante?
Verdaderamente, ¿para qué seguir con este sufrimiento? ¿Para quíén me cuido? A menudo mi vida se siente atrapada por el dolor, y a veces siento que no tengo mucho que ofrecer a nadie.
¿Y qué diablos hay que celebrar en el Día de San Valentín? Solo hay que agachar la cabeza y aguantar la respiración hasta que se acabe todo este rollo amoroso, ¿no? ¡No!
[caption id="attachment_2264" align="alignleft" width="246"] Cassandra y Chantal, su amiga de toda la vida[/caption]
Mucho antes de que el Día de San Valentín con amigos se se hiciera popular, yo celebraba a mis amigas en esa fecha. Mis amigas son mi salvavidas y mi red de contención, mi apoyo y mi motor. Y francamente, quienes me conectan con el significado de la vida.
Por eso aprovecho esta fecha para expresar mi profundo agradecimiento y amor por las fabulosas mujeres que han sido una bendición para mí. Cuando la niebla de mi enfermedad oscurece mi pensamiento, me recuerdan lo que debo intentar y me ayudan a reunir los recursos para modificar mi forma de afrontar la situación. Su interés por mi bienestar hace que el dolor parezca menos limitante y menos sofocante.
Este apoyo incondicional, la aceptación y el reconocimiento son esenciales cuando se padece una enfermedad poco conocida e invisible. Si no fuera por mi grupo de amigas, no estoy segura de si estaría aquí hoy.
Ellas son las que pueden discernir inmediatamente por el sonido de mi voz que estoy teniendo
[caption id="attachment_2265" align="alignright" width="236"] Cassandra Marcella Metzger[/caption]
un mal día. Son las que se dan cuenta en una llamada por Zoom de que tengo los ojos llorosos. Una ha sido mi amiga desde que tenía 9 años. Llegó tres semanas después de que empezaran las clases en mi escuela: extranjera e intrigante, y con acento de Dublín. Era exótica, interesante y diferente. Ahora es empática, esencial y familiar. Y me pregunta cómo estoy todos los días, a veces incluso dos veces al día.
Tengo mi propio grupo de Vassar, donde fui a la universidad. Una de ellas viajó desde otro estado para ayudarme a empacar para una mudanza difícil; su esfuerzo y tiempo significaron muchísimo para mí. A pesar de la pandemia, otra voló para simplemente estar conmigo mientras hacía el duelo por la pérdida de mi padre. A veces solo necesito que me hagan compañía en silencio. Como hicieron los amigos de Job por él: "Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande".
Otra me mantiene en movimiento, programa citas conmigo para que podamos hacer ejercicio juntas de forma virtual. Y otra hizo posible que hiciera una última visita a una casa familiar en Vermont antes de que se vendiera. Me recogió en la estación de tren con un coche lleno de víveres para que pudiéramos hacer la cuarentena de forma segura mientras estábamos allí. Luego, cuando nos íbamos, mientras me despedía del lugar que había sido mi hogar durante 32 años, sin decir palabra, sintió mi tristeza y mi angustia. Al ver que mi sistema inmunitario podía estar debilitado, se ofreció a llevarme ocho horas de vuelta a Washington, D.C., en su coche para que estuviera bien y segura.
[caption id="attachment_2266" align="alignleft" width="234"] Cassandra (al medio) con algunas de sus amigas[/caption]
Y un grupo de mujeres increíbles donde vivo me llena de generosidad y calidez. Me encanta vivir en D.C. porque conozco a gente increíble de todo el mundo y siempre aprendo cosas nuevas de ellos. Mi amiga de Mallorca me incluyó en su tradicional cena de Nochebuena. Mi amiga puertorriqueña encargó una deliciosa cena de fin de año y trajo dos botellas de champán y sombreros graciosos. Tengo dos amigas, ambas del Líbano, que me recogen los sábados por la mañana para tomar una taza del mejor café de la ciudad y salir a caminar. Tengo una amiga que se ofreció a vivir conmigo en una casa subsidiada por el estado; incluso había ideado un plan para sus gatos, a los que soy alérgica. Tengo la suerte de contar con un círculo de personas que me consultan cómo estoy con mensajes de texto y llamadas, y que saben que cuando no respondo es porque estoy incapacitada. Y están las amigas que siempre me hacen reír, que es la mejor medicina de todas.
Durante la pandemia, las reuniones virtuales no solo cambiaron los medios de apoyo, sino que agrandaron en muchos sentidos mi círculo de amigos.
De joven, asistí a una escuela secundaria para mujeres y, el año pasado, organicé reencuentros mensuales por Zoom con mis excompañeras. Nuestra clase solo tenía unas 45 jóvenes, y todas han aplicado nuestro lema a sus vidas: acciones, no palabras. El volver a estar en contacto con estas mujeres excepcionales nos ofreció una reconexión valiosa de una forma que ni siquiera se nos habría ocurrido en tiempos normales. Pasar un rato tranquila con ellas esos domingos por la tarde me ha servido para conectar con mi pasado, conmigo misma y con ellas.
Mientras el mundo se encerraba el pasado mes de marzo, mi padre falleció el día de mi cumpleaños. Pude estar con él esos últimos días, pero me perdí su entierro; esto casi me destroza. Me habría quebrado si no fuera porque organicé una reunión virtual con algunas de mis mejores amigas para que me aconsejaran y apoyaran, entre ellas una jueza, una acupuntora, una profesora de yoga, una recaudadora de fondos y una contadora. Aunque parezca el principio de una broma, la verdad es que todas son impresionantes a su manera y simplemente extraordinarias como amigas.
Estudios demuestran que la conexión y el apoyo emocional mejoran la percepción del dolor crónico, y el modo en que lo afrontamos y nos adaptamos. Cuando enfermé por primera vez hace más de 20 años, este tipo de investigaciones no existía. Los estudios demuestran que los pacientes con dolor crónico que informan de altos niveles de apoyo social experimentan menos angustia y un dolor menos intenso, y que los niveles más altos de apoyo están asociados con una mejor adaptación.
Sin dudas eso es así en mi caso. No me siento ignorada, siento que me prestan atención. Y por eso, estoy menos angustiada y menos preocupada por el dolor.
Hace ocho años, tres de mis amigas me regalaron una placa que ahora está colgada en mi armario para poder verla todos los días. Dice: "La amistad no es una cosa grande, es un millón de cosas pequeñas. Un verdadero amigo es alguien que cree que eres una buena persona a pesar de saber que tienes defectos... Recuerda, todos tropezamos, cada uno de nosotros. Por eso es tranquilizador ir de la mano. Los buenos amigos son difíciles de encontrar, más difíciles de dejar e imposibles de olvidar. Un amigo leal vale más que diez mil parientes".
Puede que sientas que tienes demasiados defectos, que estás demasiado roto para cualquier relación, para cualquier amor, para cualquier celebración de San Valentín. Debo decir que no estoy de acuerdo. Mis relaciones con las mujeres de mi vida son una parte fundamental de mi bienestar. Se han fortalecido significativamente a lo largo de las dos décadas que llevo enferma, y ya no las doy por sentadas. Puede que a veces sienta que no tengo nada que ofrecer como amiga, pero incluso en mis peores días puedo escuchar a quien necesite hablar, contar un chiste o recomendar algún programa que valga la pena ver.
Espero con ansias el momento en que todas podamos vivir en una casa comunal como la que planean estas amigas chinas, o como estas amigas que decidieron vivir juntas en una preciosa cabaña en el bosque, o como estas otras que viven juntas en un grupo de minicasas. No me importa cómo vivamos juntas, siempre y cuando ninguna de nosotros acabe sola en un parque de caravanas comiendo comida para gatos.
Realmente no hay mejor momento para celebrar el amor mutuo que nos tenemos con mis amigas del corazón que el Día de San Valentín.
Cassandra es una profesional del escapismo y fundadora de Premier Wellness Travel. También es escritora y terapeuta de yoga certificada.
Mis padres están muertos. No tengo hijos. No estoy casada ni tengo pareja en este momento. El dolor crónico por la fibromialgia es mi compañero constante.
¿Para qué seguir adelante?
Verdaderamente, ¿para qué seguir con este sufrimiento? ¿Para quíén me cuido? A menudo mi vida se siente atrapada por el dolor, y a veces siento que no tengo mucho que ofrecer a nadie.
¿Y qué diablos hay que celebrar en el Día de San Valentín? Solo hay que agachar la cabeza y aguantar la respiración hasta que se acabe todo este rollo amoroso, ¿no? ¡No!
[caption id="attachment_2264" align="alignleft" width="246"] Cassandra y Chantal, su amiga de toda la vida[/caption]
Mucho antes de que el Día de San Valentín con amigos se se hiciera popular, yo celebraba a mis amigas en esa fecha. Mis amigas son mi salvavidas y mi red de contención, mi apoyo y mi motor. Y francamente, quienes me conectan con el significado de la vida.
Por eso aprovecho esta fecha para expresar mi profundo agradecimiento y amor por las fabulosas mujeres que han sido una bendición para mí. Cuando la niebla de mi enfermedad oscurece mi pensamiento, me recuerdan lo que debo intentar y me ayudan a reunir los recursos para modificar mi forma de afrontar la situación. Su interés por mi bienestar hace que el dolor parezca menos limitante y menos sofocante.
Este apoyo incondicional, la aceptación y el reconocimiento son esenciales cuando se padece una enfermedad poco conocida e invisible. Si no fuera por mi grupo de amigas, no estoy segura de si estaría aquí hoy.
Ellas son las que pueden discernir inmediatamente por el sonido de mi voz que estoy teniendo
[caption id="attachment_2265" align="alignright" width="236"] Cassandra Marcella Metzger[/caption]
un mal día. Son las que se dan cuenta en una llamada por Zoom de que tengo los ojos llorosos. Una ha sido mi amiga desde que tenía 9 años. Llegó tres semanas después de que empezaran las clases en mi escuela: extranjera e intrigante, y con acento de Dublín. Era exótica, interesante y diferente. Ahora es empática, esencial y familiar. Y me pregunta cómo estoy todos los días, a veces incluso dos veces al día.
Tengo mi propio grupo de Vassar, donde fui a la universidad. Una de ellas viajó desde otro estado para ayudarme a empacar para una mudanza difícil; su esfuerzo y tiempo significaron muchísimo para mí. A pesar de la pandemia, otra voló para simplemente estar conmigo mientras hacía el duelo por la pérdida de mi padre. A veces solo necesito que me hagan compañía en silencio. Como hicieron los amigos de Job por él: "Entonces se sentaron en el suelo con él por siete días y siete noches sin que nadie le dijera una palabra, porque veían que su dolor era muy grande".
Otra me mantiene en movimiento, programa citas conmigo para que podamos hacer ejercicio juntas de forma virtual. Y otra hizo posible que hiciera una última visita a una casa familiar en Vermont antes de que se vendiera. Me recogió en la estación de tren con un coche lleno de víveres para que pudiéramos hacer la cuarentena de forma segura mientras estábamos allí. Luego, cuando nos íbamos, mientras me despedía del lugar que había sido mi hogar durante 32 años, sin decir palabra, sintió mi tristeza y mi angustia. Al ver que mi sistema inmunitario podía estar debilitado, se ofreció a llevarme ocho horas de vuelta a Washington, D.C., en su coche para que estuviera bien y segura.
[caption id="attachment_2266" align="alignleft" width="234"] Cassandra (al medio) con algunas de sus amigas[/caption]
Y un grupo de mujeres increíbles donde vivo me llena de generosidad y calidez. Me encanta vivir en D.C. porque conozco a gente increíble de todo el mundo y siempre aprendo cosas nuevas de ellos. Mi amiga de Mallorca me incluyó en su tradicional cena de Nochebuena. Mi amiga puertorriqueña encargó una deliciosa cena de fin de año y trajo dos botellas de champán y sombreros graciosos. Tengo dos amigas, ambas del Líbano, que me recogen los sábados por la mañana para tomar una taza del mejor café de la ciudad y salir a caminar. Tengo una amiga que se ofreció a vivir conmigo en una casa subsidiada por el estado; incluso había ideado un plan para sus gatos, a los que soy alérgica. Tengo la suerte de contar con un círculo de personas que me consultan cómo estoy con mensajes de texto y llamadas, y que saben que cuando no respondo es porque estoy incapacitada. Y están las amigas que siempre me hacen reír, que es la mejor medicina de todas.
Durante la pandemia, las reuniones virtuales no solo cambiaron los medios de apoyo, sino que agrandaron en muchos sentidos mi círculo de amigos.
De joven, asistí a una escuela secundaria para mujeres y, el año pasado, organicé reencuentros mensuales por Zoom con mis excompañeras. Nuestra clase solo tenía unas 45 jóvenes, y todas han aplicado nuestro lema a sus vidas: acciones, no palabras. El volver a estar en contacto con estas mujeres excepcionales nos ofreció una reconexión valiosa de una forma que ni siquiera se nos habría ocurrido en tiempos normales. Pasar un rato tranquila con ellas esos domingos por la tarde me ha servido para conectar con mi pasado, conmigo misma y con ellas.
Mientras el mundo se encerraba el pasado mes de marzo, mi padre falleció el día de mi cumpleaños. Pude estar con él esos últimos días, pero me perdí su entierro; esto casi me destroza. Me habría quebrado si no fuera porque organicé una reunión virtual con algunas de mis mejores amigas para que me aconsejaran y apoyaran, entre ellas una jueza, una acupuntora, una profesora de yoga, una recaudadora de fondos y una contadora. Aunque parezca el principio de una broma, la verdad es que todas son impresionantes a su manera y simplemente extraordinarias como amigas.
Estudios demuestran que la conexión y el apoyo emocional mejoran la percepción del dolor crónico, y el modo en que lo afrontamos y nos adaptamos. Cuando enfermé por primera vez hace más de 20 años, este tipo de investigaciones no existía. Los estudios demuestran que los pacientes con dolor crónico que informan de altos niveles de apoyo social experimentan menos angustia y un dolor menos intenso, y que los niveles más altos de apoyo están asociados con una mejor adaptación.
Sin dudas eso es así en mi caso. No me siento ignorada, siento que me prestan atención. Y por eso, estoy menos angustiada y menos preocupada por el dolor.
Hace ocho años, tres de mis amigas me regalaron una placa que ahora está colgada en mi armario para poder verla todos los días. Dice: "La amistad no es una cosa grande, es un millón de cosas pequeñas. Un verdadero amigo es alguien que cree que eres una buena persona a pesar de saber que tienes defectos... Recuerda, todos tropezamos, cada uno de nosotros. Por eso es tranquilizador ir de la mano. Los buenos amigos son difíciles de encontrar, más difíciles de dejar e imposibles de olvidar. Un amigo leal vale más que diez mil parientes".
Puede que sientas que tienes demasiados defectos, que estás demasiado roto para cualquier relación, para cualquier amor, para cualquier celebración de San Valentín. Debo decir que no estoy de acuerdo. Mis relaciones con las mujeres de mi vida son una parte fundamental de mi bienestar. Se han fortalecido significativamente a lo largo de las dos décadas que llevo enferma, y ya no las doy por sentadas. Puede que a veces sienta que no tengo nada que ofrecer como amiga, pero incluso en mis peores días puedo escuchar a quien necesite hablar, contar un chiste o recomendar algún programa que valga la pena ver.
Espero con ansias el momento en que todas podamos vivir en una casa comunal como la que planean estas amigas chinas, o como estas amigas que decidieron vivir juntas en una preciosa cabaña en el bosque, o como estas otras que viven juntas en un grupo de minicasas. No me importa cómo vivamos juntas, siempre y cuando ninguna de nosotros acabe sola en un parque de caravanas comiendo comida para gatos.
Realmente no hay mejor momento para celebrar el amor mutuo que nos tenemos con mis amigas del corazón que el Día de San Valentín.
Cassandra es una profesional del escapismo y fundadora de Premier Wellness Travel. También es escritora y terapeuta de yoga certificada.